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Damián Pulizzi, escritor rosarino, se zambulle en la Materia Ocura y nos cuenta sobre su Taller de Narrativa...

¿Cómo nació la idea de coordinar un taller de escritura? ¿Hace cuánto tiempo que coordinas “La Materia Oscura”?

En un momento, después de atravesar la escritura de un libro de cuentos  y de participar durante años en un espacio tan particular como es el taller con Pablo Ramos, registré que había en mí algo que necesitaba compartir, simplemente lo sentí así, una experiencia, una conciencia puesta sobre el proceso, una manera de escuchar, en fin algo que estaba vivo, que está vivo, y que descubrí también gracias a mi maestro que había una única manera de conservarlo, de mantenerlo con vida y era compartiéndolo. Entonces le di lugar a eso, obviamente después hay que moverse un poco, pero lo principal es lo anterior. Bueno, lo puse a disposición y la gente lo tomó y ahí vamos. Desde el 2017 que venimos.

¿Cómo decidiste el nombre del taller?

Hace un tiempo que veo similitudes entre las metáforas de la astronomía y algunas operaciones que suceden en la escritura. Utilizo esas metáforas para pensar lo que hacemos, mecanismos que se suceden al interior de los cuentos por ejemplo. La noción de agujero negro, por ejemplo: cuerpos que giran alrededor de él, de algo tan denso que no se ve,  en algunos cuentos pasa algo así, algo que no está a la vista en el relato sin embargo esta gravitando, generando todo lo que pasa,  o cómo el proceso de formación de un sistema planetario coincide en sus fases con el proceso de corrección de un cuento, desde una nube caótica de gas y polvo hacia formas más claras donde las partículas se juntan forman objetos y adquieren un sentido de rotación común:  al fin de cuentas son cosas que te ayudan a pensar, a mirar, yo digo que lo trato de compartir en el taller es un instrumento de observación, un telescopio o un microscopio, y que desde ahí vamos a mirar algunas cosas: la aventura física del personaje, el conflicto circunstancial y el conflicto esencial, la perla, y que hay otros instrumentos, otras maneras de acercarse y mirar un cuento, más vale.

La materia oscura, que también es una metáfora que proviene de la astronomía, responde a la hipótesis de que las fuerzas que sostienen un cuento están más allá de las palabras que lo componen. O mejor: que esas palabras que  son efecto de un trabajo anterior, previo, donde radica el verdadero trabajo literario. Es decir que esas palabras están sostenidas desde esas otras fuerzas, a la que podemos llamar motivación o necesidad. Justo estoy leyendo una novela  de Joyce Cary, La boca del caballo, donde el protagonista, Jimson, un viejo pintor, en un momento dice algo así como que un verdadero cuadro es una flor, un geiser, una fuente, no tiene molde sino forma. No tiene rincones y centro sino un ser esencial. A ese lugar me refiero, ahí apuntamos. Y no es fácil, no siempre se logra, ahí está el desafío y también la aventura, porque cuando aparece, cuando se logra escribir o corregir un cuento desde ahí, todo toma otra espesura y uno es el que cambia. Quien escribe se transforma, no sólo el texto.

¿Si tuvieras que definir tu espacio…?

El espacio que coordino intenta que la escritura, que la corrección surja desde ese lugar, desde esa necesidad.

Miramos cuestiones técnicas, claro, pero siempre vinculadas a la necesidad de expresión, vinculadas y no desprendidas de ese ser esencial, de esa fuerza que contienen esos cuentos que nos tocan.  Miramos cómo los recursos técnicos están al servicio de esa pulsión, del intento por decir lo que sabemos no puede decirse directamente, simplemente, ¿no?

Trabajamos el análisis de cuentos de distintxs autores desde esa perspectiva, cuentos que tienen en común algo: la presentación directa de un momento de humanidad. Cómo esos autores y autoras recortan de la totalidad de lo que existe ese momento y cómo lo presentan.

Y la segunda parte del taller es la clínica de textos propios. Y ahí más que nunca evitamos caer en la trampa de los tecnicismos, esos textos que suenan “bien escritos” pero que no le mueven nada a nadie. La literatura de las ideas, que bueno, está bien que exista, tiene que existir todo y cada cual se aloja donde quiere o puede, pero la característica que intentamos sostener en el taller que coordino es esa: crear una literatura que tenga alma. La técnica se puede aprender, ahora: reconocer, aprender a leerte, encontrar lo que necesitás decir, o escribir más allá de los giros lingüísticos o las ideas ocurrentes, eso no es tan fácil y te la podés pasar perdido toda la vida jugando con las ideas. Una literatura que surja de la necesidad. Eso busco, buscamos que pase.

Contanos un poco del premio que ganaste para llevar tu taller a otros lados, y como viviste esa experiencia, qué te dejó…

Viajar tiene que ver con eso, con contagiar, y contagiarse también. Al fin es lo mismo lo que uno lleva. En enero tuve la suerte de compartir el taller que doy acá en Bogotá, en Medellín, en Pereira, en bibliotecas públicas y salas de teatro de Colombia a partir de una Beca del Ministerio de Cultura. Ahora en Julio voy a compartir el taller en La falda, Neuquén, El Bolsón, pero eso se articula más con mis ganas de moverme y viajar que a una cuestión vinculada a la escritura. La experiencia en Colombia me ayudó a pensar algunas cosas en relación a la estructura del taller, pero el viaje pasó por otro lado. El trabajo con los textos al fin de cuentas es ahí: con uno y con los textos, no hay otra. Y en eso no hay receta, viajar en sí mismo no es nada, no tiene nada que ver con la literatura.

¿Crees que los talleres son un paso obligado para cualquier aspirante a escritor?

Obligado, no. Yo creo que hay momentos y cada uno tiene que registrar cuando necesita pasar por otros lugares.  Lo que sí creo importante es que con quien coordine ese espacio te tiene que pasar algo, te tiene que movilizar, en algún punto es como con un amor, un analista, su trabajo tiene que tocarte una fibra más allá de las ideas, porque si no también te podés pasar mil años escribiendo consignas, alimentando un pequeño grupo de autorreferencia que no conduce a nada, más allá de la calidad de los textos, digo, o de la publicación, que no te conduce a ninguna trasformación a vos como persona frente al enorme poder de la palabra, no sé, y si a vos no te mueve lo que escribís… te aseguro que no va a mover nada a nadie… y no hablo de catarsis, para nada, es otra cosa... tal vez lo contrario: es darle una forma estética a lo que no entendés, a lo que querés compartir porque te desborda... eso, que te pase algo en ese lugar, que te interpele. Si estás un tiempo y descubrís que no pasa nada… rajá.

 

Fuente: Vanesa Gómez

Escritora, Profesora de Filosofía