Informe especial de análisis Por el Dr. Gregorio Halaman
Este no es un conflicto novedoso entre Estados Unidos y Rusia por Ucrania. Es un viejo conflicto entre Rusia y Ucrania. Lo que está en disputa es el derecho de Ucrania a mantener su soberanía y a elegir sus alianzas internacionales. Lo que tiene de novedoso es que, por primera vez en la historia, este conflicto ha despertado el interés de occidente.
Para comprender bien lo que sucede allí, tenemos que tomar en cuenta las profundas raices históricas del conflicto. Como advertía hace ya ocho años el Dr. Andreas Kappeler, profesor emérito de historia de Europa oriental de la Universidad de Viena,en su conocido artículo académico "Ukraine and Russia: Legacies of the imperial past and competing memories", ("Ucrania y Rusia: herencias del pasado imperial y recuerdos en pugna), -publicado en la prestigiosa revista Journal of Eurasian Studies Volumen 5, n° 2, de julio 2014, P. 107-115-, La herencia del imperio zarista y de la Unión Soviética es un factor crucial para la comprensión de los problemas actuales en el espacio postsoviético. Rusia considera a Ucrania como una parte de su propia órbita estratégica,mientras muchos ucranianos quieren liberarse de la hegemonía rusa y aspiran a un vínculo más estrecho con la Unión Europea. La controversia que los enfrenta incluye un conflicto de discursos y narrativas históricas, repetidas desde hace siglos con fines políticos. Hasta hoy los historiadores y políticos rusos quieren imponer la narrativa imperial sobre Ucrania, para presionarla a que permanezcabajo la órbita rusa y no se integre en la Unión Europea.
Estos problemas son mal conocidos en nuestro medio, -donde más bien prevalece la repetición del relato ruso-, pero existe un enorme caudal de información rigurosamente documentada disponible que hemos resumido para compartirla con nuestros lectores.
1. La importante diferencia entre parentescos culturales e identidades políticas.
Las poblaciones del mundo se agrupan en grandes familias culturales, con semejanzas idiomáticas y tradiciones emparentadas. Así, por ejemplo, están los pueblos latinos, -como, entre otros, los italianos, franceses, españoles, portugueses y sus herederos latinoamericanos-, o los pueblos germánicos, -alemanes, daneses, suecos, holandeses, o ingleses y los herederos de estos últimos en los paises anglosajones de América del norte y Oceanía.
Pero las herencias culturales compartidas no significan necesariamente que esas poblaciones tengan los mismos intereses estratégicos, ni mucho menos, una misma identidad política. Ingleses y alemanes podrán tener antecedentes germánicos comunes, pero compitieron en sus expansiones imperiales, se enfrentaron en dos guerras mundiales, y, aunque hoy conviven civilizadamente, sus sentimientos de identidad nacional siguen siendo más fuertes que sus parentescos idiomáticos. Y ni hablemos de nuestro caso latinoamericano, donde ni siquiera el idioma en común que comparte la mayoría de nuestros paises ha sido garantía de concordia, ni menos aún, de unidad política.
Eso sí, de tanto en tanto han aparecido grupos dirigenciales que de una manera nada inocente, han tratado de promocionar posiciones intelectuales que les pudiesen servir para aprovechar, -desde adentro o desde afuera-, la conciencia de las tradiciones compartidas que tienen las poblaciones de una misma familia cultural, para motorizar proyectos imperiales o, por lo menos, influencias estratégicas regionales, que son muy distintas de los libres acuerdos de integración internacional. La trampa de estos supuestos discursos de unidad es que están formulados para imponer los intereses particulares de sus promotores a costa de la subordinación de los intereses e identidades de las demás poblaciones supuestamente hermanadas. Por ejemplo, los líderes del imperio alemán de fines de los años 1800 y los nazis después, invocaban una doctrina llamada pangermanismo, que proclamaba la unidad de todos los pueblos germánicos, pero era su instrumento para dominar, -entre otros-, a Austria y anexarla a Alemania; en nuestra región, a comienzos de los años 1800 el presidente Monroe, de los Estados Unidos, proclamó el lema de "América para los americanos" contra la continuidad colonial española, como instrumento para fortalecer la influencia estadounidense en las ex colonias ibéricas, y el gobierno francés de Napoleón III promovió el concepto de "América Latina" que convocaba a disputar la influencia norteamericana en la región, sólo como instrumento para favorecer la influencia francesa. en vísperas de su intento por apoderarse de México.
De esta misma manera, los eslavos son una gran familia cultural, -posiblemente la más numerosa de toda Europa-, que, en sus tres grandes ramas, abarca, entre otros, a polacos, checos y eslovacos entre Europa central y el Mar Báltico, por un lado, a rusos, bielorrusos y ucranianos en Europa oriental, por otro, y a eslovenos, croatas o serbios al sudeste de Europa, en la región de los Balcanes, donde imperó la ex Yugoslavia, por otro lado más.
Como miembros de una misma familia cultural los eslavos tienen, por supuesto, conexiones idiomáticas similares a las que nosotros compartimos con los demás pueblos latinos. Si usted habla, -por ejemplo-, en serbio, -el idioma del tenista Novak Djokovic-, usted va a poder entender, aunque sea básicamente, el sentido de lo que se está hablando, por ejemplo, en ucraniano o en checo, de la misma manera que si usted habla castellano, puede entender el sentido general de lo que se habla en portugués o en italiano cuando pone la televisión de cable.
Al igual que lo que ocurre con las demás poblaciones del mundo, las herencias culturales compartidas por los eslavos tampoco significaron intereses estratégicos ni menos aún, la misma identidad política. Durante siglos, rusos y polacos se disputaron el poder regional, y en 1921 resolvieron una de sus disputas repartiéndose Ucrania por la fuerza, muchos ucranianos combatieron a rusos y polacos mientras los nazis los atacaban a los tres durante la segunda guerra mundial, y, aunque actualmente polacos y ucranianos cooperan cada vez más estrechamente, están muy asumidos de sus respectivas identidades nacionales.
Y también en el mundo cultural eslavo han aparecido élites que publicitaron discursos intelectuales de unidad destinados a someter los intereses e identidades de sus vecinos. Desde e los años 1800, los estrategas imperiales zaristtas primero, y los dirigentes comunistas rusos después, patrocinaron diversas filosofías que proclaman la necesidad de resistir a la influencia alemana, -en nombre del paneslavismo o del antifascismo-,como instrumento para afianzar su dominio sobre Polonia, Ucrania y otros paises de la región. Y las élites de Serbia inventaron el concepto de Yugoslavia para subyugar -valga el juego de palabras-, a sus vecinos eslovenos, croatas, o montenegrinos de la región de los Balcanes.
2. Ucrania es un a nacionalidad distinta de Rusia
Para entender el origen de ambas nacionalidades, tenemos que retroceder a la época en que se conformaron todos los pueblos europeos, durante el tiempo de peleas y migraciones masivas que se desató a partir de los años 600, después del derrumbe del poder romano.
En Europa oriental vivían y se movían muchas y muy diversas tribus eslavas, siempre en conflicto con invasores asiáticos -parientes de los hunos, y antepasados de húngaros, estonios y finlalndeses-, y con invasores vikingos -de la familia germánica-.
Entre los varios proyectos para organizar reinos que por entonces se intentaron en esa región,-como en Bulgaria, a orillas del Mar Negro (681), o en la Gran Moravia en el actual territorio checo(832), el antecedente de la actual Ucrania se consolidó cuando una banda de vikingos que navegaban los ríos de las estepas, -capitaneados por el jarl o cacique Rurik-, sometió a algunas poblaciones eslavas nativas y tomó el control de la región de Kiev, la actual capital ucraniana, en el año 882. Como podemos leer en investigaciones como el clásico trabajo de Orest Subtelny, Ukraine, a History, publicado en 1988, o en la obra más reciente, de Paul Magocsi, A History of Ukraine, publicada en 1996 -ambas editadas por Toronto University Press-, los descendientes de aquellos caciques vikingos establecidos en Kiev se asimilaron a la cultura eslava nativa en pocas generaciones,y, como los nativos se referían a los vikingos como los "rus", el territorio que conquistaron y el reino que organizaron empezó a conocerse como la tiierra de los rus, o la rus de Kiev, que llegó a controlar casi todo el territorio de las actuales Ucrania, Bielorrusia y la Rusia occidental, y prosperó hasta que su subdivisión por conflictos de sucesión a partir de 1132 facilitó su destrucción final por la invasión de los mongoles en 1240.
En cambio, como nos muestran las numerosas investigaciones recopiladas en el detallado trabajo del Prof. Sergio Fernández Riquelme titulado "La Tercera Roma. Mitos y realidades en el nacimiento histórico de Rusia como Estado", -publicado en revista histórica LA RAZÓN HISTÓRICA, Revista hispanoamericana de Historia de las Ideas, nº 31 en el año 2016,p.168/201-, lo que hoy se llama Rusia se fundó con el nombre de Principado de Moscovia, ochocientos kilómetros más al norte y cuatrocientos años más tarde del nacimiento del reino de Kiev, en terrritorios que, desde 1238, habían quedado bajo control de los mongoles, -a quienes los nativos llamaron tártaros-. El principado de Moscovia fue creado en 1283, por orden del líder del imperio tártaro-mongol de la Horda de Oro, el Khan Mengu-Timur, y su pprimer titular, Danilo, era nieto del príncipe de Vladimir-Suzdal, Yaroslav Vsevolodovich, -ungido por el conquistador mongol Batu Khan en 1243-, y era hijo del príncipe Alexander, de quien se decía que había protegido el territorio controlado por sus patrones asiáticos contra una incursión sueca. La colaboración de los príncipes de Moscovia hacia los conquistadores mongoles era tan incondicional que los ocupantes asiáticos les confiaron la tarea de recaudar los tributos que exigían de los demás líderes nativos .
Las distinciones nacionales entre ucranianos y rusos siguen claras hasta la actualidad. El idioma ucraniano es un idioma internacionalmente reconocido como distinto del ruso, -así como son distintos el castellano y el italiano, por mucho que pertenezcan a la misma familia cultural-: el idioma ucraniano está clasificado en la nomenclatura internacional con los códigos ISO 639-1 uk, ISO 639-2 ukr, ISO 639-3 ukre, mientras que el idioma ruso está identificado con los códigos ISO 639-1 ru,ISO 639-2 ruse ISO 639-3 rus. Y la identidad nacional de los ucranianos como pueblo distinto del ruso quedó comprobada cuando, por primera vez en su historia, los ucranianos tuvieron oportunidad de pronunciarse libremente sobre su vínculo con Moscú: el primer parlamento elegido en forma democrática votó por la independencia el 24 de agosto de 1991, y convocó a un referéndum para el siguiente 1º de diciembre de aquel mismo 1991; en ese referéndum se presentó a votar el 84% del padrón, y el 90% de los votantes votó por la independencia.
Imagen: mapa localización de la rus de kiev y del principado de Moscovia
3. La confusión de considerar Ucrania como parte de Rusia es el producto del relato imperial ruso
Para dominar Ucrania los gobiernos rusos han creado el relato de identificar a Ucrania como si hubiera sido parte de Rusia
el malentendido histórico sobre la identificación de los príncipes de Moscovia, -antecesores de la actual Rusia-, con el antiguo reino de Kiev, -antecedente de la actual Ucrania-, comenzó a surgir cuando los príncipes de Moscovia fueron cobrando autonomía durante los tres siglos posteriores a la creación de su principado, y se propusieron controlar la región inspirándose en estados antiguos de los que se proclamaron continuadores. Como destaca -entre otros,el ya citado Prof. Fernández Riquelme-, a partir de Iván III de Moscovia, que se independizó de los mongoles y se casó con una sobrina del último emperador de Bizancio-, -imperio que acababa de caer en manos de los turcos en 1453-, desde 1478 los moscovitas, inspirados en el recuerdo de la "rus de Kiev", comenzaron a proclamarse príncipes "de todas las Rusias", y también, inspirados en el imperio bizanttino, se proclamaron como sus herederos y anunciaron que Moscú sería la Tercera Roma. Para formalizar oficialmente esas aspiraciones, en 1547 el gran príncipe Iván IV, -el famoso Iván el Terrible-,se hizo coronar emperador con el título de zar, que en su idioma se pronuncia "tsar" y significa literalmente "césar", como si hubiera sido un emperador romano, y en 1721, el zar Pedro I anunció que desde entonces su imperio se llamaría "ruso". Fue una estrategia propagandística consistente en identificarse con glorias antiguas, muy similar a la que habían usado los descendientes medievales de los antiguos caciques bárbaros germanos que habían arrasado Roma, cuando desde el año 962 empezaron a proclamar que las tierras que ellos dominaban se llamarían nada menos que el "sacro imperio romano germánico".
Sin embargo, hasta los años 1700 los soberanos de Moscovia no habían logrado convencer al mundo de que ellos eran los herederos del reino de los rus de Kiev ni los sucesores del imperio romano. Como también advierten el Prof. Fernández Riquelme y el historiador Volodímir Bilinsky en su trabajo Land of Moksel or Moskovia” -publicado en Kiev en 2009 por Olena Teliha Publishing House-,
todavía a comienzos de los años 1700 los moscovitas eran claramente identificados como un reino distinto del de los descendientes de la gente de Kiev. El sitio https://alsurdeunhorizonte.com remite a más de 70 mapas históricos de los siglos XIV al XVIII, -que identifican al territorio norteño de los príncipes moscovitas como "Moscovia", y reservaban el nombre de "Rusia" a los territorios más al sur en donde había estado la tierra de los "rus", el reino "rus" de Kiev, que también aparece diferenciado de Moscovia con el nombre de Ucrania en documentos diplomáticos y fuentes polacas, otomanas y árabes del siglo XVII, que ya fueron presentados al público hace más de un siglo por el equipo científico dirigido por el Prof. Mykhailo Hrushevsky, en su clásica y monumental obra de diez volúmenes llamada History of Ukraine-Rus, -actualmente editada en Toronto por Cius Press del Canadian Institute of Ukrainian Studies-,
Recién cuando los soberanos de Moscú consolidaron su dominación sobre Ucrania desde mediados de los años 1700, es que lograron apropiarse del nombre de Rusia, que se habían autoadjudicado en 1721 para presentar su imperio ante Europa, difundiendo su relato oficial que presentaba la historia como si los pueblos de Moscovia y la Rus hubiesen sido uno solo.
Para lograr este objetivo, -como han documentado los ya mencionados trabajos de Magocsi, de Subtelny, y de Bilinsky, y detalla el Prof. Serhii Plokhy en su historia del nacionalismo ruso, analizada en su reciente libro Lost kingdom : a history of Russian nationalism from Ivan the Great to Vladimir Putin, publicado en 2017 en Londres por Allen Lane-, el zar Pedro I ya había decretado en 1701 la destrucción de los monumentos nacionales y de los documentos escritos de los pueblos conquistados,-en una medida muy similar a la que habían ordenado docientos años antes los conquistadores españoles de México, cuando dispusieron la destrucción de los monumentos y registros escritos mayas y aztecas, para borrar la memoria de su pasado y asegurar su hispanización-. Ese mismo zar en 1716 mandó elaborar una versión alterada de la llamada Crónica de Königsberg, para mostrar la supuesta unificación de las antiguas crónicas de los Principados de Kiev y Moscú, alteración que se convirtió en labase de nuevas falsificaciones, como las llamadas Crónicas de toda Rusia, dirigidas a justificar el derecho de Moscovia a la herencia de Rus de Kiev, y también comenzó la persecusión del uso del idioma ucraniano vivo, prohibiendo en 1720 su publicación impresa en textos teológicos.
Los sucesores del zar Pedro I organizaron toda una política expresamente destinada a apropiarse del nombre de Rusia para su imperio, y suprimir sistemáticamente el recuerdo y la propia continuidad histórica de una identidad ucraniana. Comenzaron por referirse oficialmente a los territorios ucranianos sólo como "pequeña Rusia". La zarina Catalina II dispuso desde 1764 que la anexión de Ucrania se debía mencionar en los documentos imperiales y en los textos académicoscomo la "reunificación del pueblo ruso", y en 1783 se propuso completar la política de reelaboración histórica iniciada por Pedro I, por medio de una comisión destinada a localizar y adquirir toda documentación que hubiese en Europa referida al antiguo reino de Kiev, reescribirla acorde con la nueva interpretación oficial del imperio y destruir los originales. Y posteriores sucesores suyos, como los zares Nicolás I y Alejandro II decretaron la prohibición del uso del idioma ucraniano salvo en piezas literarias desde 1863, y su prohibición sin excepción alguna desde 1876.
El éxito que alcanzaron los zares de Moscú en apropiarse del nombre de "Rusia" para el imperio de Moscovia y de "rusos" para sus nacionales, presionó a que durante los años 1800 la descendencia del pueblo del antiguo reino rus de Kiev abandonase poco a poco el uso de términos tradicionales como "rutenos" o "rusinos" para nombrar su identidad nacional, por sonar demasiado parecidos a la nueva marca de "rusos" impuesta por el imperio ocupante precisamente para negarles su identidad. El uso habitual del nombre de Ucrania, que se había extendido desde hacia varios siglos para referirse a su tierra, fue la referencia más obvia para que se inclinasen a adoptar el nombre de ucranianos con que los conocemos en la actualidad, que ya aparecía habitualmente en la década de 1840 incluso en las proclamas de varios referentes intelectuales de la resistencia, como Nikolay Kostomarov, Volodymyr Antonovych, o Ivan Franko.
Durante las convulsiones violentas que acompañaron la decadencia del poder de los zares y la reorganización del imperio ruso bajo la modalidad de Unión Soviética, entre 1905 y 1928,la nnecesidad de todas las facciones en conflicto de conseguir simpatizantes favoreció cierta flexibvilización en la represión antiucraniana. La última etapa zarista y la primera etapa comunista toleró la reaparición de escuelas y la publicación de textos en ucraniano, pero no dejó lugar a ningún proyecto de independencia.
Sin embargo, cuando el imperio ruso reorganizado como Unión Soviética volvió a consolidarse en forma centralizada a partir de la década de 1930 con Stalin y sus sucesores, se reestableció la decisión política de asimilar a Ucrania. Desde 1932 -además del genocidio por hambre de más de cuatro millones de ucranianos-, volvieron a restringir gradualmente la cantidad de escuelas, publicaciones y producciones artísticas en su idioma nativo. Y durante las últimas décadas de la ocupación rusa de Ucrania, previas al derrumbe de la Unión Soviética, volvieron a establecer oficialmente la política destinada a suprimir el recuerdo y la continuidad histórica de la identidad ucraniana que habían inaugurado los zares, esta vez con un barniz de retórica comunista, con la llamada "teoría de la fusión de las naciones soviéticas", que proclamaba la gradual desaparición de las lenguas nacionales mientras establecían la generalización cada vez más excluyente del uso de la lengua nacional rusa.
Zar Pedro I, inauguró la falsificación de documentos destinada a hacer aparecer a Ucrania como parte de Rusia
4. El relato ruso que reclama como propia a Ucrania y habla de los supuestos riesgos que significaría la consolidación de una Ucrania independiente integrada a Europa carece de fundamentos, pero tiene un profundo arraigo cultural en su población.
Intelectuales, políticos y medios de comunicación rusos continúan planteando una serie de argumentos históricos, políticos y estratégicos para desconocer la independencia ucraniana, que no tienen mayores fundamentos pero están profundamente arraigados en el sentimiento del público general ruso. .
Los historiadores que adhieren al discurso oficial ruso incurren en muchas inconsistencias cuando tratan de justificar la supuesta pertenencia de Ucrania a su pueblo. Insisten en que los ucranianos son parte del pueblo ruso, y que el idioma ucraniano es sólo un dialecto deformado del idioma ruso, pero, -como está ampliamente documentado-, los supuestos registros históricos sobre su origen común son una conocida falsificación, realizada con propósitos imperiales, y el idioma ucraniano está académicamente reconocido como distinto. del ruso. Sostienen también estos historiadores que los príncipes de Moscovia siempre proclamaban su calidad de continuadores del antiguo reino de Kiev, Pero el hecho de que los tataranietos de los caciques germanos que habían quemado Roma le dijesen a todo el mundo que su territorio en Alemania era el Sacro Imperio Romano Germánico, no los convertía en descendientes de Rómulo y Remo. Finalmente, señalan también los historiadores rusos que fueron los propios líderes de los cosacos de Ucrania los que fueron a pedir libremente pertenecer al imperio de los zares moscovitas allá por 1654, pero ante todo, la dificultad de resistir a la opresión feudal de los vecinos polacolituanos y el terror a las cacerías de esclavos de los vecinos tártaros que padecían las poblaciones ucranianas por aquella época no eran precisamente lo que se pueden llamar las condiciones de una decisión libre, y además, aunque la decisión hubiese sido realmente libre, eso no es suficiente para argumentar que tiene que ser eterna: por muchos que sean los vínculos históricos, una población puede en un momento dado, decidir separarse de la otra, -como decidieron los británicos separarse de la Unión Europea-.
Los argumentos de tipo político que circulan en ámbitos oficiales y medios de comunicación rusos para negarse a aceptar la independencia ucraniana son igualmente inconsistentes. Ante todo, insisten en que para el sentimiento del pueblo ruso resulta inconcebible la separaciòn de Ucrania, pero el sentimiento que tenían muchos ingleses por la India cuando era colonia británica, -como el que el escritor Rudyard Kippling
expresó en una obra literaria tan maravillosa como el Libro de la Selva-, no pudo reemplazar a la voluntad de la población de la India para decidir sobre su propio destino, de la misma manera que el sentimiento de los rusos no puede reemplazar a la voluntad de los ucranianos sobre su propio destino y resulta que la voluntad de los ucranianos ya manifestó cuál es su propio sentimiento, cuando el noventa por ciento votó por la independencia de Rusia en el referéndum de 1991. El segundo argumento político que circula mucho en Rusia, -y a veces se repite en nuestro medio-, es el de que en realidad hay muchos ucranianos que preferirían pertenecer a Rusia, pero no mencionan que se trata de esas poblaciones de origen ruso que los gobiernos rusos siempre han transladado a los territorios conquistados para después poder plantear estas cosas; tampoco dicen que los descendientes de estas poblaciones ingertadas no alcanzan al veinte por ciento de la actual población de Ucrania, ni mencionan que, si el referéndum de 1991 mostró un noventa por ciento a favor de la independencia en una población con casi un veinte por ciento de descendientes de rusos, eso quiere decir que incluso la mitad de ellos tampoco apoyó la pertenencia de Ucrania a Rusia. Es una manipulación idéntica a la que planteaban los colonialistas franceses de la década de 1950, que se negaban a reconocer la independencia de Argelia y reprimían su lucha con la Legión Extranjera, con el argumento de que los colonos franceses -previamente transladados y arraigados en territorio argelino-, no estaban de acuerdo con la independencia.
Finalmente, los argumentos estratégicos que plantea el gobierno ruso de Vladimir Putyn sobre el peligro que significaría una Ucrania independiente son los más inconsistentes. En primer lugar, resulta insólito en los parámetros modernos de las relaciones internacionales que no corresponda reconocer el derecho de un país a mantener su independencia porque eso no le conviene al país que antes lo tuvo bajo ocupación. En segundo lugar, ya desde un punto de vista estrictamente estratégico, no queda claro cuál sería el peligro para Rusia de que Ucrania se integre a la Unión Europea y a la OTAN, cuando cinco otros vecinos de Rusia -Estonia, Letonia, Lituania, Polonia y Bulgaria ya forman parte de esos pactos. En realidad, si hay que hablar en serio sobre quién de los dos -Rusia o Ucrania-, es el que está realmente en peligro, habría que recordar que Rusia Es el país más extenso del mundo, con una superficie de diecisiete millones de kilómetros cuadrados, -seis veces la superficie de la Argentina-, equivalente a la novena parte de la tierra firme del planeta, y obtenida como producto de una agresiva expansión imperial por tierra en la misma época en que las potencias occidentales conquistaban sus imperios coloniales, con la particularidad de que no fue alcanzada por ningún proceso de descolonización, mantiene casi todas sus conquistas, y actualmente aspira a aumentar todavía más sus territorios con exploraciones submarinasen el océano Glacial Ártico desde 2007,para plantear que dos cordilleras subacuáticas son la extensión de su plataforma continental y reivindicar derechos sobre recursos minerales en esa zona-, es el noveno país del mundo en población -con más de ciento cuarenta y seis millones de habitantes-, su economía tiene el octavo PIB nominal y el sexto PIB (PPA), del mundo, -tiene el tercer presupuesto militar más grande del planeta,
posee el mayor arsenal de armas de destrucción masiva ,el segundo ejército más poderoso del mundo -con un millón de efectivos y tropas de reserva de tres millones más-, mientras que Ucrania tiene el puesto 49 de superficiedel mundo, que no alcanza a los seicientos mil kil{ometros cuadrados, algo menor que nuestra provincia del Chubut-. y el puesto 31 mundial de población, con unos cuarenta y dos millonesde habitantes -algo menos que la Argentina-, Su economía tiene el PIB nominal número 60 y el PIB PPA número 47 del mundo, -más o menos la tercera parte del argentino-, y, cuando se independizóde la Unión Soviética renunció a mantener armas nucleares y conservó sólo el veinte por ciento de la flota soviética del Mar Negro, mientras el otro ochenta quedó para Rusia, y redujo sus fuerzas armadas a trecientos mil efectivos.
Y, sin embargo, en Rusia estas creencias no son sólo el tema de reflexión de un grupito de intelectuales y políticos aislados. El público ruso comparte masivamente todas esas creencias y sentimientos, porque se les han venido enseñando desde el primer grado de la escuela primaria desde hace muchas generaciones, -nada menos que desde los años 1800-. Están tan convencidos de que Ucrania es rusa como nosotros estamos convencidos de que las Malvinas son argentinas: no es solamente una posición intelectual, es un sentimiento alimentado por el recuerdo de la infancia en actos escolares y celebraciones patrióticas de esas que se realizan en cualquier país precisamente para alimentar sentimientos y consolidar lealtades.
Por eso es que la perspectiva de que Ucrania se integre a las estructuras económicas y militares de Europa, y, con eso, se haga patente que no hay regreso a Rusia, provoca en los rusos una reacción mucho más violenta que una simple discusión, histórica, política o incluso estratégica: los afecta mucho más que el alejamiento de otros territorios que quisieron colonizar, -como Estonia o Lituania-, con un dolor parecido al que sienten algunas personas separadas cuando descubren que su ex ya ha iniciado una nueva relación formal,y se desbaratan las esperanzas de que vuelva.
Este arraigo emocional histórico del rechazo a la independencia de Ucrania en la mayoría del público ruso es un obstáculo mucho más difícil de superar que la discusión científica del asunto. Los gobiernos rusos siempre van a encontrar en lo que para ellos es la "recuperación de Ucrania" una bandera para conseguir popularidad. Y los políticos rusos que no compartan estas creencias no podrían expresarse abiertamente al respecto, para no exponerse a un repudio popular tan fuerte como el que despertaría entre nosotros alguien que saliera a decir que en realidad tendríamos que respetar las decisiones de los kelpers. .
5. El arraigo de ese convencimiento en Rusia explica por qué Aunque Históricamente Ucrania ha sido objeto de intentos de dominación por parte de todos sus vecinos, los de Rusia continúan hasta la actualidad
El territorio ucraniano no tiene importantes fronteras naturales que funcionen de barrera eficaz para dificultar invasiones. Su paisaje tiene semejanzas con los de nuestra región pampeana y patagónica; está conformado principalmente por grandes llanuras por las cuales corren varios ríos, pero no está protegido por cordilleras de altas montañas difíciles de cruzar, -como los Alpes que han protegido a Suiza y al norte de Italia o los Andes que demarcan el oeste argentino-, ni está separado del resto del mundo por grandes océanos que se tarda en atravesar, -como los que protegen el territorio norteamericano al este y al oeste y los que resguardan a Australia-.
Por eso el exterminio de poblaciones y la destrucción de instituciones e infraesstructuras provocados por los mongoles a partir de 1240 en los actuales territorios ucranianos fueron tan profundos que, -como detallan las ya mencionadas investigaciones de Magocsi y de Subtelny-, durante los siguientes cuatrocientos años las poblaciones rurales que sobrevivieron en estos territorios fueron conquistadas y sometidas a servidumbre a manos de un puñado de familias feudales impuestas por la coalición de los vecinos reinos polaco y lituano, en la órbita del principado deHalych-Volynia, y al mismo tiempo quedaron expuestas a las cacerías humanas masivas organizadas anualmente por los tártaros establecidos en la vecina Crimea, para venderlos como esclavos en los reinos musulmanes, cacerías que igualaban el volúmen de las capturas perpetradas en la misma época por los esclavistas que asolaban las costas occidentales de África-, y fueron minuciosamente descriptas en el ya clásico trabajo de Darjusz Kolodziejczyk (2006). "Slave Hunting and Slave Redemptionas a Business enterprise : the Northern Black SeaRegion in the Sixteenth to Seventeenth Centuries", -publicado en la revista académica Oriente Moderno,n°25(1),p.151-152 -, y en la obra más reciente de Mikhail KizilovSlavery in the Black Sea Region, c.900–1900Forms of Unfreedom at the Intersection between Christianity and Islam, -editada en Leiden, Holanda, por Brill, el pasado año 2021-, y En ese contexto, sobre todo a partir de los años 1500, cuando las poblaciones rurales ucranianas comenzaron a organizar su resistencia, -en las famosas rebeliones cosacas, como las que hace algunos años retrató la película "Taras Bulba", adaptada de una novela del ucraniano Nikolai Gogol-, muchos de sus líderes se ilusionaron con que el surgimiento del vecino imperio moscovita podría asegurarles la protección de sus vidas y libertades, bajo la suposición de que compartir la fe cristiana ortodoxa y tener enemigos comunes serían buenas razones para fundar una alianza duradera. Así, en 1648 se sublevaron contra la ocupación polacolituana, fundaron un estado militarista cuya jefatura estaba acompañada por una cúpula de nobles locales y jefes eclesiásticos ortodoxos, -conocido como el hetmanato-, y se presentaron a solicitar la protección de los zares moscovitas, que en un solemne tratado de 1654 les prometieron respetarles sus autonomías políticas, económicas y militares.
Sin embargo, en pocos años los líderes cosacos de Ucrania vieron frustradas sus ilusiones. Sus territorios comenzaron a ser repartidos entre sus vecinos, -en acuerdos entre los zares moscovitas y los reyes polacolituanos- en 1667 y en 1773, y, tras la caida de éstos, entre los zares y el imperio austríaco, en 1795-. Cada uno de estos vecinos se dedicó a restringir la autonomía de los territorios ucranianos que caían bajo su control, -del lado controlado por los zares, ya desde 1659 intervinieron en la elecciòn de las autoridades del hetmanato , desde 1709 las subordinaron a una intervención militar, en 1764 las suprimieron, en 1775 disolvieron su tesorería, decomisaron sus archivos y demolieron su sede oficial, en 1781 disolvieron las demás instituciones del hetmanato, en 1783 anexaron sin más el territorio ucraniano bajo su control como parte del imperio zarista, y durante el siglo XIX prohibieron el uso literario, académico o jurídico del idioma ucraniano; del lado bajo control polacolituano, suprimieron la autonomía del territorio con población ucraniana desde 1686, y, cuando estos territorios pasaron al control austríaco entre 1772 y 1795, fueron fusionados con la porción oriental de Polonia apropiada por los austríacos, en la llamada provincia de Galitzia-, donde, si bien permitieron la actividad educativa e intelectual ucraniana, promovieron la preeminencia de los polacos y postergaron a los ucranianos en la propiedad de las tierras, en la participación parlamentaria, en la función pública y en la docencia.
El derrumbe de esas monarquías imperiales en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, entre 1917 y 1918, despertó en muchos líderes ucranianos una nueva esperanza de que su país podría sumarse a los territorios que recuperaban su independencia. Entonces, tanto en la zona que había sido controlada por Rusia como en la que había estado bajo control de Austria surgieron movimientos de liberación nacional, de diversas orientaciones políticas, proclamas de independencia, intentos de organizar gobiernos y fuerzas militares que respaldasen esas aspiraciones.
Pero fue una nueva decepción. A medida que se consolidaron los nuevos gobiernos en los paises vecinos, todos reafirmaron sus pretensiones de seguir controlando los territorios ucranianos que habían controlado los imperios de los que ellos mismos acababan de emerger o de liberarse. En apenas cuatro años, para 1922, la Rusia transformada en soviética, la progresista Checoslovaquia, la reconstituida Segunda República de Polonia, y el conservador reino de Rumania, dejaron de lado sus diferencias ideológicas y se pusieron de acuerdo en repartirse y ocupar los territorios ucranianos; para 1939 la Unión soviética, -el nuevo formato del imperio de Moscú-, aumentó su porción de Ucrania, cuando pactó un nuevo reparto con la Alemania nazi, que acababa de desalojar a los otros vecinos ocupantes, y ycuando Alemania traicionó ese acuerdo y en pocos años fue derrotada, para 1945 la Unión soviética pasó aser la única potencia ocupante de toda Ucrania,
Pero esta vez la renovación de la ocupación rusa de Ucrania llegó a poner en riesgo la subsistencia misma de su población. Todos los estados vecinos ocupantes suprimían las autonomías municipales y restringían en distintas medidas la actividad comunitaria, la participación política y el uso de su idioma por los ucranianos en el sistema educativo, en las publicaciones y en los medios, Pero en los territorios ucranianos bajo control ruso, ademásse desarrollaron programas sistemáticos directamente destinados a reducir la presencia de los ucranianos en su propio país: durante las décadas de 1930 y 1940 provocaron la muerte por inanición de un mmìnimo de cuatro millones de personas mediante la requisa de los depósitos de alimentos del país, -en un hecho histórico perpetrado entre 1932 y 1933, que se recuerda como el genocidio ucraniano, o, en su propio idioma, el holodomor, la hambruna-; eliminaron a los sectores más preparados de la población, mediante la deportación de seicientos mil propietarios rurales y profesionales hacia las regiones árticas de Siberia y de la ejecución de las cuatro quintas partes de la dirigencia académica, religiosa y política del país entre 1928 y 1950, y promovieron la repoblación del país con pobladores rusos a los que ofrecían vivienda y trabajo en los campos y en las nuevas ciudades industriales construidas por los rusos en la década de 1930. En la década de 1950 aumentaron la población rusa de Ucrania anexándole Crimea, habitada mayroritariamente por rusos, -después de que habían deportado de allí a sus pobladores tártaros-. Y en las décadas de 1960 y sobre todo de 1970 prosiguieron la represión de políticos y académicos disidentes mediante el confinamiento en cárceles, campos de concentración o supuestos establecimientos psiquiátricos gestionados por la policía política.
Desde que Ucrania recuperó por fin su independencia en 1991, tras el derrumbe de la Unión Soviética, la Federación Rusa -continuadora del estado moscovita en la etapa postsoviética-, ha venido tratando de revertir, o, por lo menos, de condicionar esa independencia. Casi inmediatamente después del referéndum de la independencia, los rusos pretendieron que la nueva asociación regional de la Comunidad de Estados Independientes funcione como un cuerpo supuestamente supranacional pero dirigido por Rusia, con control sobre el otorgamiento de ciudadanía, de las fronteras comunes y de las fuerzas armadas de los paises miembros. Cuando Ucrania buscó aliados para resistir a esas presiones, suscribiendo acuerdos para integrar el Consejo de Europa en 1995, y para establecer una relación de miembro asociado en el programa de mantenimiento de la paz de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en 1996, Rusia exigió a Ucrania que abandone esos acuerdos con el argumento de que significarían un peligro para su seguridad. Cuando el presidente de Ucraniaestaba porfirmar un acuerdo de asociación con la Unión Europea en noviembre de 2013, Rusia lo persuadió de no firmarlo a cambio de ayuda económica. Cuando en febrero de 2014 el parlamento ucraniano destituyó a este presidente, Rusia invadió los territorios ucranianos en que había implantado poblaciones no ucranianas desde hace ochenta años: anexó Crimea y desde abril de 2014 invadió la región oriental del Donbas. Cuando el nuevo presidente de Ucrania firmó el acuerdo de asociación con la Unión Europea en junio de 2014, las tropas rusas estacionadas en el Donbas derribaron un avión comercial de Malasian Airlines que venía en vuelo desde Europa, no se retiraron más de la regióny desde entonces mantienen hostilidades contra Ucrania.
6.Lo novedoso de esta crisis es que, -aunque por motivos muy diversos-,esta es la primera vez que occidente moviliza recursos para defender a un país de Europa centrooriental
Occidente ha sido históricamente indiferente a las agresiones de las potencias regionales sobre los paises de Europa centrooriental. Para el público francés, británico o norteamericano -ni hablemos de América Latina-,aparecían como dramas de lugares exóticos demasiado lejanos como para interesarse, ni menos comprometerse. A nadie le interesó la ocupación polaco-rusa de Ucrania en 1921; entregaron Checoslovaquia a la Alemania nazi en 1938;
al año siguiente, en 1939, frente a la invasión y al reparto de Estonia, Lituania, Letonia, Polonia y Ucrania perpetrado de común acuerdo entre nazis y soviéticos, les declararon formalmente la guerra a los nazis, pero no movilizaron fuerzas
y esperaron atrincherados siete meses sin emprender ataques serios contra Alemania, hasta que Hitler resolvió atacar a Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Francia y al Reino Unido desde abril de 1940; tampoco reaccionaron en las décadas siguientes, durante la Guerra Fría, por las intervenciones rusas para reprimir los movimientos contra la ocupación rusa que se había establecido en Hungrìa o en Checoslovaquia desde 1945.
El primer indicio de cambio de esa indiferencia histórica ocurrió en los años noventa, cuando las Naciones Unidas y después la OTAN se dignaron a intervenir en las guerras de independencia de Croacia y Bosnia, y eso sólo después de años de presenciar genocidios a gran escala perpetrados por las fuerzas represivas serbias contra los que querían liberarse de la ex Yugoslavia.
Pero nadie se animaba contra Rusia. El mundo presenció la represión desatada por los rusos en 1996 contra la iniciativa de independencia de Chechenia, que incluyó el bombardeo hasta la demolición de su capital sin otra respuesta que algunos emotivos discursos de condena en las Naciones Unidas.
Y ahora que Europa y Estados Unidos están tomando algunas medidas contra la expansión rusa sobre Ucrania, hay que tener presente que se mueven por motivos distintos.
Los Estados Unidos han estado pensando cómo recuperar influencia en la OTAN, -contra la resistencia de franceses y alemanes, -que siempre prefirieron mantener sus buenas relaciones con los dictadores árabes de medio oriente que acompañar la defensa de Israel o la lucha contra el terrorismo-. La solución que se les ocurrió fue establecer relaciones más cercanas con los nuevos miembros de la OTAN que se sienten amenazados por las movidas expansionistas de Rusia, -especialmente Lituania, Letonia, Estonia y Polonia-. Entonces, para ser creibles en su proyecto de ampliación de influencia estratégica, tienen que mostrarse dispuestos a defender el barrio cuando Rusia amenaza a algún vecino.
En cambio los europeos, especialmente los alemanes, vivieron durante años con la idea de que lo importante era
evitar que los conflictos entre Estados Unidos y Rusia por influir en el mundo no se fuesen a librar en el suelo de Europa. La solución que se les ocurrlió cuando Rusia dejó de ser comunista fue insistir en que los rusos tenían que hacerse amigos de Europa, con relaciones comerciales que impidiesen los grandes conflictos. Para ser creibles, se embarcaron en grandes acuerdos para convertir a Rusia en el gran proveedor de energía de Europa, con una red de grandes gasoductos
La agresividad que cobró el avance ruso contra Ucrania descolocó a los profetas de las posiciones más ingenuas respecto de Rusia, tanto en los Estados Unidos como en Europa. Dejó mal parada la ilusión de Trump de que Estados Unidos podía contar con un mundo más tranquilo si se desentendían de Europa. Y dejó igual de mal parada la ilusión de muchos políticos alemanes, que se dieron cuenta de que convertir a Rusia en el gran proveedor de energía de Europa no era la base de la amistad sino de la extorsión.
Aunque el avance ruso sobre Ucrania llevó a las potencias de occidente a descubrir que, un poco a pesar suyo, estaban una vez más del mismo lado, el juego de norteamericanos y europeos sigue siendo diferente,lo que se nota aojos vistas si reparamos en que sus misiones diplomáticas viajan y negocian por separado con Rusia. El mensaje estadounidense volvió a ser "no se metan con nuestros amigos de Europa oriental". El mensaje europeo es "no sean agresivos y todos vamos a ganar; nosotros en Europa ya aprendimos que cada vez que nos hemos peleado quedamos destruidos mientras los norteamericanos se fortalecieron".
En lo inmediato, la primera reacción de Rusia no parece dar importancia a las diferencias entre los occidentales. Más bien
parece una repetición de su actitud ante el mundo desde la década de 1940: mostrarse inclinados a tratar a los Estados Unidos como si fueran el único jugador relevante con quien negociar,-todo el discurso que ha querido presentar la crisis de Ucrania como conflicto entre Estados Unidos y Rusia es de origen ruso- Parecen ver a Europa más como un objeto de distribución de órbitas estratégicas que como gente con quien valga la pena negociar, -por eso algunos analistas europeos hablan con preocupación de que las negociaciones entre Biden y Putyn "tienen olor a Yalta", en alusión a la ciudad en que Stalin y Roosevelt se repartieron áreas de influencia en Europa después de la segunda guerra mundial, sin la participación de los europeos-.
Sin embargo, a la larga, lo más probable parece ser que el resultado de la crisis de Ucrania dependería de la firmeza con que los occidentales estén dispuestos a mantenerse unidos y consistentes en su oposición a la expansión rusa. La política exterior de Rusia siempre ha sido expansionista pero muy profesional, digna de los jugadores de ajedrez que se formaron en esa cultura, donde es de enseñanza obligatoria desde la escuela primaria. Se mantienen inexpresivos durante la mayor parte del juego, y son capaces de declarar -con cara de póker- que no tienen intención de invadir Ucrania cuando ya la invadieron desde 2014 y mientras reunen ciento treinta mil efectivos rodeando las fronteras ucranianas. Pero sólo avanzan cuando ven posibilidades, y saben replegarse, a la espera de mejores oportunidades, cuando se puede perder demasiado en comparación con lo que se puede ganar.
El autor es abogado y analista conductual, consultor en análisis político para clientes nacionales y extranjeros desde hace más de treinta años, profesor adjunto regular de Teoría del Estado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, profesional principal del Programa de Instituciones Politicas Fundamentales en el Instituto de Investigaciones Jurídicas y Sociales "Dr. Ambrosio A. Gioja" UBA-CONICET e investigador principal del Programa de Estudios Presidenciales en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Facultad de Ciencias JurídicasUSAL-CONICET. Correo electrónico: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.