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Se habló mucho de los más de cinco mil títulos, en español y en inglés; del gran inventario de libros y obras de teatro, y sobre todo, de un “intercambio cultural inédito”. El costo de la entrada es de $50, menores de 12 años no pagan.

El barco, como ya se sabe, viaja alrededor del mundo para promover valores como  el  conocimiento y la esperanza. Según la información provista por el sitio web oficial logoshope.org, cuentan con un equipo de 400 personas de más de 70 nacionalidades, y en 10 años han trabajado cerca de 2522 voluntarios. 

Algunos incidentes del recorrido:

  • Debíamos “caminar derecho hasta la salida”, volver hacia atrás estaba prohibido.
  • «Empiecen saliendo desde el último», dijo la guía y abrió los ojos enormes cuando vio la anarquía con la que salimos, sin respetar la sencilla regla que acababa de enunciar,
  • Un tipo le pidió a una cajera que lo llevara a recorrer el mundo en el barco, la cajera japonesa que hablaba inglés, español, y quizá todos los idiomas del mundo, le dijo que sí, que era posible, que él podía sumarse como voluntario. Vi cómo, lo que en un principio fue una broma, comenzó a volverse algo peligroso, algo casi Kafkeano, porque tras una intensa y larga cola, mucha gente joven atendiendo con una sonrisa, y yo sin saber si estaba en el Logos hope o en un McDonald’s, vi a través de los ojos del tipo la vida en ese barco, y supe que el infierno era posible. «Ahora vuelvo», dijo el tipo, y desapareció casi corriendo.
  • Me sorprendió sobremanera, la sensación de encontrarme dentro de un supermercado, al ver a la gente, sobre todo gente joven, agarrando changuitos miniatura y metiendo dentro muchos libros de oferta ($200). Los libros de oferta eran clásicos de la literatura universal, con traductores desconocidos y bajo sospecha de ser adaptaciones.
  • Sabía que iba a encontrarme con Biblias, muchas Biblias, pero nunca pensé encontrarme con Biblias para hombres y para mujeres, comics religiosos, Biblias para cada año de la vida de un ser humano. Mucho celeste por un lado, mucho rosa por el otro, mucho supermercado, hasta la fila larguísima que había que hacer para pagar y poder salir corriendo de ahí.

Sabemos, o creemos saber hace tiempo, y no sólo por Houellebecq, que nuestra sociedad occidental no es otra cosa más que un gran supermercado global. Se supone que la religión o el espacio de lo espiritual, se encuentra ajeno al consumismo. Error. La religión como supermercado es posible, es real, y está en un barquito anclado en nuestra hermosa ciudad.

Por: Vanesa Gomez

Escritora y Profesora de Filosofia