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Mientras, los índices de desempleo, se enaltecen por sus números, que despilfarran haber perdido 217.100 trabajadores, en igual mes del año pasado. Resulta precaria, como una sombra en una tarde de verano en Llaos, cualquier declaración, pablara, sonido, que el emisor de la comunicación, quiera transmitirle, a su receptor, la sociedad, puede convertirse, en una infanta paradoja. El hombre desempleado, el que resiste, atravesado por la realidad, el desamparo, la desesperación, la ira, el dolor, y hasta concebir el estadio de la indignidad que la comunidad le azota. Y, al emprender el camino de vuelta al hogar, con los ojos perturbados por las lágrimas, la ira cargada en sus manos, y la mirada, que, sin poder erguirse, es arrastrada por la vergüenza, debe enfrentar los rostros de su mujer e hijos que aguardan en el hogar. Esta situación, se repite a diario, sin hallar respuestas productivas del estado, y en el raquitismos  de insensibilidad, algunos miembros de la clase política que desafían el absurdo, intentando componer lo descompuesto, la economía, hacen garante al aumento de la población de la mismísima tragedia. 

La palabra labor se originó en idéntico término latino, resultado del verbo “laborare” el que a su vez fue tomado del indoeuropeo “leb” con el significado de “colgar”. Para otros autores la procedencia sería del griego “labeo” que haría referencia a soportar un peso. En el latín vulgar se usó la palabra trabajo. En la actualidad, la labor y el trabajo son términos sinónimos. Así, es igual decir jornada de trabajo que jornada laboral, trabajo o labor manual. La historia del trabajo, se forjo con la filosofía, Aristóteles ya distinguía: “entre acción (praxis) y producción (poiesis). La acción, es el proceso y el resultado de actuar, consecuencia de una elección deliberada (por ejemplo: la ética y la política son acciones o prácticas). La producción es el proceso y el resultado de hacer, fabricar o elaborar algo siguiendo ciertas reglas racionales que se aplican sistemáticamente. Sin embargo, aquello que Aristóteles, pudo divisar en su época, tuvo su máximo exponencial con Karl Marx , quien definió al trabajo como: “Actividad por la que el hombre transforma la realidad para satisfacer sus necesidades físicas y espirituales” . Detrás de esta relación, que plantea, en su obra cumbre, “EL capital”, símbolo de una revolución industrial, cultural, que dejo a la intemperie, el objeto y símbolo de las relaciones, entre los dueños de los medios de producción y el trabajador. La lucha de clases, la historia sin fin, pero sin falkor, ni mundos mágicos, llena de batallas que lograron con sangre, trazar en su final Derechos.

Los derechos del trabajador, comenzaron a esbozarse en la Argentina como respuesta a la huelga general, llevada a cabo por la dirigencia anarquista, en 1902, derramado en un anteproyecto de Ley de Contrato de Trabajo de Joaquín V. González en 1904, basado en el llamado Informe Bialet Masse. Para el 1912, se institucionaliza mediante la Ley 8.999 el Departamento Nacional del Trabajo, anteriormente en 1905 se regula la Ley 4.661 de descanso dominical en la Capital Federal, que se extendió a todos los territorios nacionales en 1913 con la Ley 9.104. En igual relevancia, se sanciono, la Ley 5.291 sobre el trabajo de las mujeres y los menores de 1907, entre otras.

Pero, la gran transformación, se hizo en la presidencia de Juan Domingo Perón, ya en su primer discurso, en la Secretaria de Trabajo y Previsión, como secretario el día 2 de diciembre de 1943, se supo vislumbrar las centellas del camino que tomaría cuando declaro: “Con la creación de la Secretaría de Trabajo y Previsión” se inicia la era de la política social argentina. Atrás quedará para siempre la época de la inestabilidad y del desorden en que estaban sumidas las relaciones entre patrones y trabajadores…Los obreros, por su parte, tendrán la garantía de que las normas de trabajo que se establezcan, enumerando los derechos y deberes de cada cual, habrán de ser exigidas por las autoridades del trabajo con el mayor celo, y sancionando con inflexibilidad su incumplimiento…” Esta cocedura, del General, haría poner de pie, una lucha que llevaba siglos, los derechos de la clase trabajadora, un movimiento social, postergado, segregado, que, sin saberlo, seria transcendental y perenne de su gobierno. La sanción de la  reforma constitucional del año 1949, que sentó sus bases en “una Patria Socialmente Justa, Económicamente Libre y Políticamente Soberana”, se vieron plasmados los frutos del trabajador, en su artículo 37, (capitulo III derechos del trabajador, de la familia, de la ancianidad y de la educación y la cultura) que, luego fueron cercenados, tachados de la memoria de todos nosotros,  al derogarse junto con la constitución del 49, por el gobierno Militar del año 1957,y dejándonos un lacónico, art 14 bis. Con el correr de los años se asomarían, el derecho colectivo del trabajo, de la Ley 14.250 de Convenios Colectivos de Trabajo, la Ley 25.877 de Ordenamiento laboral, Ley 23.551, y la Ley 20.744 (1974) de Contrato de Trabajo. 

Pero, por estos días me penetra una sensación de regreso, a un punto ciego, cuando se pone sobre la mesa una Reforma, sobre ideas consagradas, en principios fundamentales del derecho laboral como son:  primacía de la realidad, la solidaridad, la irrenunciabilidad, buena fe, la equidad, justicia social, entre otros. En esta contienda, se enfrentan dos ponencias, la de los dueños de los medios de producción, en la coyuntura de una crisis, ocupacional y económica, exigen, se les proporcione, condone, obligaciones, con el fin de obtener una mayor flexibilidad, tanto para contratar y como para descontratar personal. Y, en el otro extremo, los trabajadores, que, hacinados pero erguido, sobre permanentes y perpetuas colas, buscan la reinserción en el mercado laboral, de su propio adversario, es una pelea que ya sabemos quién gana por knock out.

Si bien, las leyes están en constante transformación y evolución, encuentro en el presente, una desigualdad, tanto en las condiciones de fondo, como de forma, para debatir derechos que hacen a la historia del trabajador, no significa, que no sea deban al mañana.  Aun así, otros hallaran en la desventaja, la ventaja, dejando su humanidad huérfana, en alguna oficina de rascacielos, donde el suelo siempre se ve más lejos. Me recuerda, al Plan Marshall, donde el ganador, en rescate del vencido, propone reconstruir lo en la guerra destruyo, y logra ganancias magistrales y beneficios suntuarios. Pero, si los políticos elegidos, sin ministerio de Conciencia, no quieren gobernar bajo un espejismo de vida efímera, deberán aceptar que la institucionalización de los derechos laborales, es apenas un paso, que se dio en el país real que se debate detrás de las sonoras palabras y los slogans remanidos

Por Manuela Porta

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