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Facundo, trabajo mucho tiempo como voluntario en varios comedores de la ciudad de Rosario, pero en el año 2013 el merendero donde colaboraba cerró sus puertas. Allí, tomo la decisión de vender uno los dos autos que poseía para poder abrir el Comedor “Dorita”, que es para muchos vecinos, hoy el punto de referencia en el barrio Sarmiento en la zona de Sorrento y Travesía. El espacio, se mantiene con las donaciones, aportes de voluntarios y colaboraciones que ofrecen anónimos su ayuda desinteresada. La cocinera, es la mismísima “Dorita”, la mama del Faca, que cuenta con la asistencia de cuatro mujeres más, quienes trabajan 8 horas en diferentes tareas. 

Si bien, el problema en la Argentina del acceso a los alimentos y la satisfacción de necesidades alimentarias no cubiertas es coexistente, resulta un absurdo, cuando analizamos que somos un país genera comida para más de 400 millones de personas. Tal vez, deberíamos estar discutiendo la educación y/o tecnología, pero en oposición al paisaje vivimos buscando respuestas a la palabra y a la dificultad del Hambre. En este contexto diario, durante toda la semana se llevaron adelante acampes y movilizaciones de organizaciones sociales frente al Congreso de la Nación, con el fin de visibilizar, a los necios que no quieren ni oír, ni ver, la falta de comida y la crisis alimentaria. Un recurdo al objetivo que era el tratamiento de la actualización de las partidas de alimentación y nutrición en la ley de Emergencia Alimentaria, reajuste que se consiguió con una prórroga hasta el 2020. Ergo, la masiva movilización fue tomada por la negativa del gobierno actual de aprobar la decisión con más agilidad por Decreto, y así evitar la demora del Congreso. La ley fue considerada por el los legisladores, después de varios proyectos presentados con una votación de 222 votos positivos, ninguno negativo y una abstención. La Emergencia Alimentaria es el decreto 108/2002, una secuela que dejo una de las crisis más ásperas y violentas que vivió el país en el año 2001, retrato de la pobreza y el hambre que nos depuso un gobierno que escapo sin responsables.

La noticia recorrió los diarios, a lo largo y ancho del país, por la masiva manifestación que convoco, la espera frente al congreso de dar una respuesta frente a la escasez de platos comida que hoy no se sirve en muchos hogares. Los manifestantes recibieron violencia, represión, pareciera que en el menú no había ni empleo, ni derechos como opción. La pobreza en la Argentina, según los datos publicado en el Diario Perfil, desprende que el 33,6% los argentinos son pobres. Esto significa un avance de 5 puntos respecto de los números que se habían presentado el año anterior, cuando el número rondaba el 28,7% y se encontraba descendiendo. De hecho, 2,2 millones de personas ingresaron en el umbral de la pobreza durante este último año. En oposición, los números siempre son símbolos y “los actos son nuestros símbolos” decía Borges, a pesar, de que algunos abunden en un mar de olvido y ceguera. Detrás, de las cifras hay dolor, tristeza, infancia, vergüenza, de miles de hombres, mujeres, ancianos que llevan el nombre en el rostro de un niño abandonado. Me duele creer que existan estados con gobernantes capaces de despojarle la infancia a un chico, escudándose en vacuas declaraciones como:” hay gente que está pasando necesidades, no llegaría a decir que hay gente que hoy está en una situación de no comer” o “si pasa hambre tiene comedores y una cantidad de lugares adonde ir” dijo la Ministra de Seguridad. La afirmación de Bullrich, podría resultar una banalidad, si ella no fuera parte de un estado que gobierna y administra nuestras vidas.

En este contexto, en Rosario el comedor Dorita entrega 100 raciones de comida, todos los mediodías, que equivalen a 400 personas que concurren con su táper a la puerta del lugar. Desde hace dos años, la demanda se duplico, Facundo nos contó: “que había gente que venía una vez por semana o cuando llegaba fin de mes y hoy es habitué del comedor, porque antes tenía un trabajo informal o hacia una changa, hoy ni changas hay”. Además, el espacio posee talleres de apoyo escolar por la tarde donde los pibes meriendan, y con la asistencia de una maestra del barrio hacen la tarea. Los días miércoles se hace entrega, en “El Roperito, de las donaciones de: ropa, camas, colchones todo aquello que fue juntado. “El Faca” nos confesó: ”Que a la hora de repartir la comida él no está, le hace mal estar presente”, y dijo: “A veces, la gente malintencionadamente o en el desconocimiento, opina son cómodos o les resulta fácil ir a buscar un plato de comida, les aseguro, y  los invito a que esas personas vengan un día a participar, y se paren en la puerta del comedor a ver los rostros de los vecinos  cuando llegan con sus táper. Están todos con la cabeza gacha, y a todos les da vergüenza estar acá”. El sueño de facundo es mas grande que el de muchos funcionarios, “El Faca” sueña con algún día cerrar el comedor y que no vaya más nadie.

 Mientras pensaba en como escribir este artículo, repasé un sinfín de caras de pibes que veo en mi trabajo, a diario, a los que les obsequió un caramelo, palito de la selva, de esos que almaceno en mi escritorio, a cambio de una inmaculada sonrisa que me regalan luego de degustarlo. Aunque, la espera de su sed y hambre es más posible de resolver, que el enojo de su madre que permanecerá y se acrecentara cuando al volver al barrio no tenga la plata para el sachet de leche que quisiera darles. Esta fotografía, se replica en la puerta de los supermercados, en el colectivo, y en las manifestaciones que acarrea el estado, producto de la ausencia de políticas estatales para cubrir necesidades básicas, derechos, como son el empleo, la salud y los alimentos. Reproduciendo la pobreza, y la violencia en millones de rincones de nuestro país endeudado. Mi recuerdo, es más sencillo e infante, como el caramelo que regalo, porque hace algo más de veinte años leí el libro “Mi planta de naranja lima” de Vasconcelos, me lo obsequiaron en el colegio luego de ser primer escolta, para la misma época que perdí todo y con él, mi padre. La historia, cuenta la vida de Zezé Vasconcelos, un chico de barrio que quiere ser poeta, que debe mudarse a una casa nueva ante la pérdida de empleo de su padre su familia que se ve en la encrucijada de no poder pagar del alquiler. En la mudanza, Zezé, lo único que recibe es una planta de naranja lima, quien será su compañera de juegos e ilusiones. Zeze, atraviesa situaciones de violencia en su cuerpo, y en su psiquis ante la ausencia de trabajo, y la falta del plato de comida en su mesa de casa a diario. Zezé, salva parte de su inocencia e infancia hablando con su árbol, su única ilusión, su imaginación y sueños para sobrevivir a la realidad que lo acecha, de la que no es culpable. Pero, un día las cosas mejoran, su padre consigue empleo, y vuelven a mudarse con la desahuciada noticia que su árbol será derribado, escenario que lo demuele y le arranca el corazón de raíz sin anestesia. Me pregunto, si seré la única Zezé o habrá millones que ignoramos en lo cotidiano, y convencidos que quieren vivir de la limosna, y el estado le robamos el único jardín que poseen, su esperanza y sueño de poder plantar otro árbol.

Por Manuela Porta

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